La narración es la base de cualquier obra literaria, con la excepción de las obras teatrales, claro está. Es la argamasa sobre la que se construye una trama que el autor, con mayor o menos fortuna, deberá encauzar hasta el final.
Los diálogos son necesarios, en ocasiones que no siempre, para dar vida a los personajes e ilustrar la acción. Generalmente aumentan la fuerza narrativa y conceden agilidad a la obra, pero no siempre es así. Entonces…
¿Cuál debe ser la proporción exacta narración-diálogo para que la novela resulte cuadrada? Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla. Al igual que sucede en la música clásica, podemos diferenciar entre ritmo, melodía y armonía. Wagner es melodía porque antepone la belleza del bel canto a todos los demás ingredientes de sus óperas, destacando, por encima de armonía y ritmo. Rossini, por el contrario, es el genio el ritmo, el maestro incuestionable del silabeo ascendente que va desde el suave pianísimo hasta los acordes más virulentos.
De la misma manera, y dando por bueno este símil, los diálogos nos ayudan a marcar el ritmo, mientras que la narración armoniza la obra. La melodía estará en la manera, más prosaica o más poética , de contar lo que sucede durante la narración.
Entonces no hay reglas, no hay proporciones dogmáticas entre diálogo y narración, solo se trata de elegir entre las posibilidades de conceder a la obra un tono más rítmico, melódico o armónico.
La novela histórica, por ejemplo, requiere datar continuamente la acción, por lo que requiere una narración profusa. Por el contrario, el ritmo de la novela negra suele requerir de un gran volumen de diálogo. Todo es cuestión de aplicar, en uno u otro caso, la cantidad necesaria para elevar a grado sumo cualquiera de las expresiones literarias sobre las que trabajemos.