Todos los autores se las han tenido que ver en el ingrato trance de enviar su obra a las editoriales. Suerte han tenido aquellos que viven desde siempre en la era digital porque, en mi caso y el de otros muchos autores cincuentones, tuvimos que escribir en las siempre entrañables pero engorrosas Olivetti, y hacer multicopias o fotocopias hasta que nos dolían las manos o nos arruinábamos más todavía.
Lo primero que debemos hacer es registrar la obra en el Registro de la Propiedad Intelectual. Cada provincia tiene sus registros a los que acudiremos con tres copias de la obra y ganas de pagar 50 euros en la entidad bancaria que nos indiquen. Después de consignar nuestros datos en los documentos, daremos por registrada la obra a menos que, transcurrido un tiempo, nos respondan de forma negativa alegando cualquiera de las causas posibles para impedir dicho registro (normalmente coincidencia grande con otro título registrado previamente). El tiempo de comunicacion del nihil obstat es muy variable. Recientemente recibí confirmación del registro de una obra mía que había sido publicada hacía cuatro años. Claro que esto sucedía en los diligentes despachos de la siempre infausta administración andaluza.
Los editores no quieren para nada «proyectos de obra» (esos son los arquitectos) sino manuscritos completos. De este modo pueden valorar la obra en su totalidad y no en parte o en proyecto. Es muy interesante que acompañemos nuestra obra de una sinopsis, de manera que la editorial sepa, de un solo vistazo, si lo que mandamos está en línea con sus publicaciones. Es frecuente encontrar manuscritos de novela negra enviados a editoriles de libros de empresa, por aquello de que ahora se hacen estas cosas a golpe de clik.
Podemos enviar nuestra obra en PDF (da menos problemas) aunque si el editor está interesado nos la pedirá en formato Word sobre la que luego se procederá a la maquetación del texto (en PDF no es del todo posible). La fuente recomendada es la Times del número 11 con un interlineado sencillo de 1,5 mm. Esto último permite al editor calcular las dimensiones de la obra después de convertirla en un libro.
Todo lo que sean florituras (glifos, marcas de agua, exceso de anotaciones a pie, miniaturas de comienzo de párrafo…) va a complicar la vida del editor y a encarecer la impresión y enlentecer la maquetación, por lo que se recomienda no incluirlos si no es estrictamente necesario.
En cuanto a la corrección, los lectores profesionales que tienen todas las editoriales rechazarán una obra mal escrita, plagada de incorrecciones gramaticales y/o faltas de ortografía. Como recomendación, ya que hemos escrito un libro dedicando tiempo y esfuerzo, os propongo que encargueis una corrección ortotipográfica profesional antes de presentar una obra ante los editores. Hasta los autores más consagrados tienen faltas de ortografía. En cuanto a la cuestión tipográfica, el lector profesional valora mucho que las comillas estén bien puestas (verticales o laterales), que los guiones estén bien colocados… Casi ningún autor domina la tipografía. Insisto en que queda fatal recibir una obra con los guiones de diálogo mal colocados (solo eso ya nos da idea de que puede tratarse de un escritor ocasional).
Lo demás es esperar y esperar.
¡Mucha suerte!
Andrés Vigón
Agente literario